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Antecedentes
  • Senado
  • Sesión Ordinaria N° 69
  • Celebrada el
  • Legislatura Extraordinaria periodo 1965 -1966
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Intervención
MISION PARLAMENTARIA A PAISES SOCIALISTAS EUROPEOS.

Autores

El señor IBAÑEZ.-

Señor Presidente:

Celebro esta oportunidad, que me permite rendir cuenta de un viaje por muchos conceptos de inmenso interés, no sólo para quienes participamos en él, sino también para difundir el conocimiento de la realidad política y económica de un importante sector del mundo en que vivimos.

Ya he tenido numerosas ocasiones de hacer públicas las impresiones que recogí durante ese viaje. Amplias informaciones de prensa han dado a conocer mis puntos de vista sobre las interesantísimas visitas que hicimos en la Unión Soviética, Polonia, Checoslovaquia y Hungría, así como las experiencias recogidas en las entrevistas a que se ha referido, en forma muy detallada, el Honorable señor Teitelboim.

He sostenido también que no puede emitirse juicio sobre esos pueblos y, en particular, sobre la Unión Soviética, en forma ligera y sucinta, porque la realidad de ellos es extremadamente compleja. Por de pronto, si queremos comprender lo que realmente acontece en esa nación, es fundamental tener siempre presentes las metas que ella se ha formulado y que afanosamente trata de alcanzar.

Nada podríamos comprender de la Unión Soviética, por ejemplo, si no fuéramos capaces de identificar las fuerzas históricas que la impulsan; si no percibiéramos, con absoluta claridad, la etapa imperial que está viviendo esa gran nación. Porque la situación actual de la Unión Soviética y de los demás pueblos cuyo pensamiento y régimen político han sido inspirados por ella y guardan estrecha vinculación con las directivas que presiden la vida política de Rusia, corresponde a esa etapa imperial a que llegan los pueblos en determinado momento de su historia, cuando las fuerzas vitales que en ellos se desbordan los hacen intentar la supeditación de otras naciones, de otras ideas, de otras formas de vida.

Fue, por tanto, muy valiosa y atrayente la oportunidad que nos dio este viaje para observar a un gran país en su apogeo imperial.

Insisto en este tema, porque, por una parte, es uno de los mayores elogios, a mi juicio, que pueda hacerse a la Unión Soviética, y, por otra, porque es la única perspectiva que permite comprender lo que acontece en esa gran nación. Ello no significa, por cierto, que nosotros pudiéramos estar de acuerdo con los propósitos que la Unión Soviética se ha impuesto o que aceptáramos sus doctrinas y formas de vida como válidas para nuestros pueblos occidentales y libres.

En numerosas publicaciones y entrevistas de prensa y radio, he sostenido que esa vitalidad que lleva a la Unión Soviética a desbordarse en un afán de conquista de todo el universo, tiene muchas demostraciones que resultaron evidentes para nosotros, como, por ejemplo, su notable ejército y espíritu militarista, cuyo desarrollo caracteriza la etapa imperial de una nación.

No habré de repetir en esta oportunidad la visión que tuve de ese país, pues ha sido difundida ampliamente, como dije, por la prensa y la radio del país. No obstante, subrayaré algunos conceptos que emití y que me parece necesario volver a destacar.

Deseo poner de relieve, ante todo, el estilo y la categoría de los altos dirigentes políticos que tuvimos oportunidad de conocer en nuestro viaje.

El Honorable señor Teitelboim ha hecho largas referencias al Primer MinistroKosygin, cuyo estilo claro, directo, sobrio, enérgico y realista es, tal vez, el más alto exponente de la nueva actitud política que emerge con mucha claridad en esos países. Diferente, por cierto, de la personalidad y la actitud del que fue, hasta hace pocos días, Presidente de la Unión Soviética, el señor Mikoyan, quien también nos recibió con suma cordialidad, propia de la simpatía de su espíritu meridional y de un hombre cuyas condiciones esenciales son su aptitud política y su tacto diplomático.

Usando el lenguaje y la actitud directa, que me parecieron característicos en Rusia, me permití preguntar al señor Mikoyan cuáles eran los designios de la Unión Soviética respecto de América Latina. Y esta pregunta, que podría parecer indiscreta y que sorprendió, seguramente, a algunos miembros de la delegación, obtuvo una larga respuesta de parte del Presidente de ese país. Trató de explicarnos y de convencernos de que no hay motivos para suponer designios de la Unión

Soviética sobre América Latina ni para interesarse en este continente; que ellos eran contrarios a toda forma de influencia, directa o indirecta, en nuestros pueblos. Hizo un largo, cálido y cordial alegato a favor de sus ideas, no obstante lo cual, yo, por lo menos, no quedé en absoluto convencido de su posición.

En realidad, la respuesta a mi pregunta, tal vez, la más importante e inquietante para los que habitamos en este continente, la hemos venido a recibir hace pocos días con absoluta claridad en la Conferencia Tricontinental celebrada en La Habana, donde quedaron perfectamente manifiestos los propósitos y, aún más, los compromisos que asume la Unión Soviética para realizar, dentro de nuestros pueblos, las transformaciones políticas que ella busca.

Sin embargo, es necesario insistir en la claridad, determinación y sobriedad que, a mi juicio, son rasgos salientes de muchos de los grandes dirigentes políticos con quienes tuvimos oportunidad de alternar e intercambiar ideas en forma abierta y franca. De modo particular, y como ejemplo de este tipo de gobernante, quiero citar el nombre del Viceprimer MinistroPolianski, quien tuvo a su cargo el discurso oficial en el Kremlin, con motivo del aniversario de la revolución de octubre. Y también señalaré el del Primer Ministro de Checoslovaquia, señor Joseph Lenart, cuya juventud y estilo moderno lo colocan como arquetipo de un auténtico político de avanzada en cualquier país del mundo.

En otras oportunidades me he referido a uno de los aspectos más positivos de la Unión Soviética: el desarrollo que allá se ha dado a la educación, no tanto mediante sistemas pedagógicos novedosos, como por medio de un rigor y una exigencia realmente ejemplares, factores que pesan tanto sobre los alumnos como sobre los profesores que tiene a su cargo la educación del pueblo soviético.

En verdad, en Rusia se han hecho progresos sustanciales en esta materia. Si bien la educación soviética se ha orientado, de manera fundamental, hacia el desarrollo científico y la formación profesional y técnica, dentro de la cual vive la Unión Soviéti-

En la Unión Soviética se habla mucho de cultura, pero este vocablo tiene allá un sentido más restringido que el que corresponde a su verdadera acepción. En Rusia, cultura llega a ser sinónimo de instrucción en cualquier orden de materias y, naturalmente, dicho término no puede alcanzar la amplitud que posee en los países del mundo libre, porque, como es obvio, las restricciones a la libertad representan en definitiva serios impedimentos para una auténtica cultura.

He señalado, junto a realizaciones verdaderamente dignas de ser celebradas y aplaudidas, ciertas actitudes que, en realidad, resultan difíciles de entender para nosotros, si bien no son tan incomprensibles cuando se establece la perspectiva de las metas que ellas persigue y los sistemas mediante los cuales pretende realizar sus propósitos. Me refiero a la reacción oficial frente a un intento destinado a estrechar los intercambios culturales entre Chile y la Unión Soviética, cuando nuestro Embajador señor Pacheco solicitó la autorización necesaria para llevar a Moscú una muestra de la pintura chilena. La Ministra de Cultura, señora Furtzeva, negó terminantemente esa autorización para mostrar el desarrollo artístico de nuestra patria, so pretexto de que, siendo la mayoría de nuestros pintores adepto a la tendencia más moderna, esto es, a la pintura abstracta, no podían exhibirse esas obras en la Unión Soviética, porque allí esa escuela está absolutamente prohibida.

Al hacer mención de estos hechos, no quiero emitir un juicio contrario a lo que la Unión Soviética estima necesario hacer en resguardo de su política y de la finalidad que se ha propuesto. Lo señalo, fundamentalmente, para mostrar el extraordinario contraste existente entre las formas de vida y escala de valores que rigen en un pueblo libre como Chile y en un país socialista como la Unión Soviética.

Me referiré en forma somera a algunas observaciones que acabo de escuchar al Honorable señor Teitelboim. Dijo el Honorable colega que parecería que Chile estuviera imantado hacia Washington y que nuestro país se encontrara dirigido por la batuta del Departamento de Estado. Me parece tal afirmación absolutamente excesiva y no ajustada a la realidad de lo que acontece en nuestra patria. El Partido Liberal y sus Senadores hemos protestado recientemente por una intervención efectuada en nuestro país por el representante de los Estados Unidos, de modo que esa afirmación rotunda debo rechazarla por completo.

Con relación a las palabras del señor Senador, quiero sostener que Chile no está imantado hacia ningún país ni dirigido por la batuta de nadie. Además, tengo la absoluta certeza de que en el futuro tampoco estará dirigido por la batuta de Estados Unidos ni por la de ningún otro pueblo que tuviera la intención de manejarnos.

Me gustaría poder comentar extensamente las reformas económicas que se han implantado en Rusia, tema apasionante que requeriría largo tiempo y que espero abordar en una ocasión próxima. En todo caso, deseo completar algunas de las afirmaciones del Honorable señor Teitelboim, diciendo que el Primer Ministro Kosygin manifestó de modo insistente que una de las finalidades esenciales de las reformas que ellos estaban implantando consiste en estimular la iniciativa de las personas y las empresas.

No puedo ocultar la inmensa satisfacción con que escuché las palabras del Primer Ministro soviético. No puedo dejar de decir que para mí fue una declaración extraordinariamente estimulante, y la más inesperada entre las muchas que escuché en la Unión Soviética. El señor Kosygin sostuvo, como aquí se ha dicho en forma enfática, que las medidas tendientes a crear estímulos económicos para acrecentar el rendimiento del trabajo, no representaban, de manera alguna, un retorno hacia el capitalismo. Efectivamente, suscribo, también en forma rotunda, la afirmación de que en las medidas adoptadas hace algunos meses por el Gobierno soviético, no existe ningún propósito, ni siquiera indirecto, de cambiar los fundamentos esenciales de su régimen social y político.

Se van a crear estímulos económicos, y es probable que, si ellos se convierten en realidad, se produzca una diferenciación notable en las rentas que perciben los ciudadanos soviéticos. Es seguro también que se desea dar a las empresas mayor autonomía, a fin de eludir el aherrojamiento a que están sometidas por los planificadores del Estado. La Unión Soviética trata de establecer, por un medio artificial y artificioso, cierto mecanismo de mercado que permita orientar su economía y corregir los tremendos errores en que han incurrido esos planificadores. Se procura crear una mayor movilidad de la mano de obra, facultando a los directores de las empresas para contratar, despedir o reducir su personal. Pretenden que las inversiones de la Unión Soviética se orienten por el rendimiento del capital que el Estado destina a ellas, y no por la mera decisión de funcionarios burocráticos que han perdido cantidades siderales de recursos que la Unión Soviética invirtió, equivocadamente, en el curso de los últimos veinte años.

Es realmente digna de alabanza y, en todo caso, merece quedar de relieve, la franqueza con que los propios dirigentes de la Unión Soviética reconocen con frecuencia sus errores y expresan su afán de ponerles coto, incluso adoptando sistemas y realizando cambios económicos tan drásticos como los acordados en la reunión del Soviet de octubre pasado.

Está por verse la proyección que tales cambios han de tener en la vida política de la Unión Soviética, tema que para mí fue motivo de largas meditaciones y de no menos largos intercambios de ideas con el Honorable señor Teitelboim. Sostengo que la creación de los estímulos económicos producirá a corto plazo una diferenciación en los ingresos de los soviéticos y tendrá que repercutir, quiéranlo o no sus autores, en toda la organización social de ese país y, finalmente, en sus concepciones políticas. El Senador señor Teitelboim reconoció que era probable que estas medidas produjeran efectos cuyo alcance, proyecciones y magnitud resultaba difícil prever, y agregó que él tenía la seguridad, cuando tales efectos se hicieran visibles, de que la Unión Soviética encontraría la respuesta adecuada, desde el punto de vista socialista, para resolver los problemas respectivos. No tengo la fe de mi Honorable colega y pienso que la Unión Soviética y sus gobernantes, siguiendo la línea puramente pragmática de enfrentarse con los problemas muy serios que hoy tienen y de resolverlos con cordura, han tomado un camino que los alejará, con el correr del tiempo, de las concepciones políticas tradicionales, que sirvieron de base para crear el régimen imperante allá. Por cierto, la orientación del pensamiento comunista de la Unión Soviética y su constante evolución, siguen allá un cauce diferente, y hasta opuesto, al que caracteriza a los partidos comunistas de otras partes del mundo. Hay explicaciones perfectamente claras para este fenómeno, y habré de referirme a ellas en otra ocasión, porque no quisiera dar a mis palabras un tono polémico que no corresponde a la cuenta que estamos rindiendo.

Aseveró también el Honorable señor Teitelboim que Estados Unidos tiene un control monopólico de nuestras actividades económicas. Yo sostengo un punto de vista diametralmente opuesto al suyo. Creo que nuestro comercio se ha orientado hacia Estados Unidos y los países europeos por una clara razón de conveniencia económica . Pero es evidente que el país del norte perderá ese comercio si no nos paga el valor real de nuestros productos. Para quienes profesamos las ideas económicas que yo sustento, es evidente que si los precios del mercado se alteran artificialmente, como ha sucedido con el cobre en la actualidad, se producirá una situación que, por ser inconveniente para nuestra economía, puede desviar los cauces de nuestro comercio hacia otras regiones y pueblos, siempre que éstos estén realmente dispuestos a comerciar con nosotros en condiciones más favorables para Chile.

Es muy importante analizar los planteamientos relacionados con el comercio entre Chile y los países de la órbita socialista y comunista, por lo que enfocaré con algún detenimiento las posibilidades de intercambio comercial entre nuestro país y esas naciones.

El Primer Ministro de la Unión Soviética fue extremadamente claro al exponer la condición esencial para que puedan fructificar los deseos de incrementar nuestro comercio con su país. El Primer MinistroKosygin nos dijo en forma terminante que la Unión Soviética no pagaría sus compras en Chile ni con monedas convertibles ni con oro y que solamente haría trueques. Celebro esta declaración, porque, si bien echa por tierra las ilusiones de muchos, establece una base sólida para estudiar negocios con la Unión Soviética, aunque sea en escala reducida. No necesito decir que prefiero la actitud franca y categórica del señor Kosygin, a la del Ministro de Comercio Exterior de Checoslovaquia, quien, cuando lo interrogamos sobre si su país pagaría sus com-

pras con moneda convertible, nos respondió diciendo que primeramente era preciso determinar con claridad qué se entiende por moneda convertible. En mi opinión, por ese camino no progresaremos mucho más allá del 0,1% a que asciende hoy nuestro comercio con Checoslovaquia. Sostengo que, en materia de intercambio comercial, debemos partir de bases claras y definidas como las que estableció el Primer Ministro Kosygin y ver, en seguida, en qué rubros hay posibilidad de comerciar.

Por de pronto, conviene examinar y no confundir las limitaciones y los inconvenientes que ofrece el régimen de trueque como sistema de comercio internacional. En el caso de Chile, no podemos forjarnos ilusiones de un gran volumen de intercambio, por la razón muy simple de que la casi totalidad de nuestras exportaciones tienen un amplio mercado que paga en monedas convertibles. No necesito extenderme sobre las ventajas de disponer de moneda convertible para comprar nuestros abastecimientos en cualquier parte del mundo, buscando siempre nuestra conveniencia en calidad y precios. Por tanto, el hecho de circunscribir a los trueques el comercio con la Unión Soviética, limita, por el carácter de nuestra producción y de nuestras exportaciones, la posibilidad de desarrollar ese intercambio. Si tuviésemos productos que carecen de mercados mundiales libres, como el salitre, o una capacidad industrial no empleada, es obvio que podríamos hacer mayores negocios de trueque; pero resulta que las pocas producciones chilenas que no tienen mercado en el mundo, como es precisamente la de salitre, están comprometidas por otros convenios de compensación, de manera que no hay producción disponible para este tipo de comercio con la Unión Soviética. De ahí que yo mismo haya sugerido, colocándonos enteramente en la perspectiva económica de los países socialistas y de posibles intercambios, intentar la instalación de nuevas plantas salitreras, vendidas por esos países y pagadas por nosotros con la producción de las mismas. Eso está absolutamente dentro de las prácticas del comercio internacional socialista. Esa es también, en parte, una de las bases de muchas adquisiciones que realiza la Unión Soviética en los países europeos, donde ha comprado últimamente gran cantidad de "usinas" que habrá de pagar en un largo período de años.

Insisto en que nosotros comerciamos con los países occidentales, no por estar sometidos a un sistema de comercio colonial, sino porque esos cauces resultan económicamente más convenientes para Chile. Con todo, también deberán estudiarse los negocios que sea posible realizar con las naciones socialistas, pero sin que ello implique tomar a nuestro cargo los riesgos considerables que tiene el sistema de trueques comerciales.

Quiero señalar a este respecto, aunque sea de paso, un acontecimiento que si bien puede resultar ingrato mencionar, es extraordinariamente ilustrativo de lo que está aconteciendo dentro de la misma órbita soviética. El reciente suicidio del señor Erich Apel, Ministro de Comercio de Alemania Oriental, quien se negó a firmar una prórroga de los convenios de compensación con la Unión Soviética, nos demuestra la gravedad que puede revestir para algunos pueblos el volcar hacia este régimen de trueques todo su comercio internacional. El caso de Rumania también es muy aleccionador. Ese país pugna en estos momentos por acelerar su desarrollo económico y piensa que, para alcanzar esa finalidad, es necesario romper el círculo de hierro del sistema de trueques dentro de los países socialistas. Por eso, ha solicitado su ingreso al GATT, vale decir, al club internacional de los pueblos que comercian libremente. También está en mi memoria la situación que se produjo cuando la Unión Soviética cortó los abastecimientos a Pekín, a raíz de dificultades muy serias de carácter político. Ese recuerdo ha sido refrescado por lo que acaba de acontecer entre China y Cuba. También en ese caso, por razones políticas, China se ha negado a cumplir sus compromisos, lo cual ha motivado una tremenda crisis en los abastecimientos alimentarios básicos para el pueblo cubano.

Insisto en la necesidad de tener presente esos inconvenientes. Ellos, a mi juicio, no excluyen la posibilidad de realizar intercambios comerciales en la forma propuesta por el señor Kosygin. Nos obliga, sí, a ser extremadamente cautelosos.

Acojo y destaco la indicación del Primer Ministro Kosygin en el sentido de encargar este tipo de negociaciones, por parte de Chile, a personas de gran versación y experiencia, a fin de evitar la formalización de convenios de los cuales más tarde pudiéramos arrepentimos.

Me llama la atención el hecho de que Alemania Federal, que, sin lugar a dudas, es el pueblo con mayor dominio y destreza en este tipo de comercio, registre un movimiento comercial tan insignificante con todos los países socialistas.

Tengo a la vista un cuadro del comercio de la República Federal Alemana con el bloque oriental, que incluye, además, a la República China, Mongolia, Corea del Norte y Vietnam Septentrional. Pues bien, todos esos países, además de la Unión Soviética, Rumania, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria y Albania, representan apenas 4,1% del comercio de importación y 3,6% del de exportación, cifras realmente carentes de toda significación en un país como Alemania Occidental, que precisamente vive de los intercambios comerciales.

Los trueques -aquí me permito rectificar al Honorable señor Teitelboim- son, precisamente, los mecanismos comerciales por medio de los cuales puede producirse el deterioro de los términos del intercambio. No hay deterioro cuando el comercio se realiza en un mercado mundial libre y los productos se pagan en moneda convertible. Estos podrán tener mayor o menor precio, pero el que arrojen esos mercados es el real. No es precisamente el caso que comenté haca breves instantes, relativo a la baja artificial de los precios del cobre, que no responde a la situación del mercado, sino a una medida adoptada unilateralmente o, tal vez, bilateralmente en este caso. Si en esa alteración de los precios del cobre no se adoptan las precauciones del caso, puede ocasionarse serio perjuicio a nuestra economía. No puedo ni quiero pronunciarme en este instante sobre aquella operación, pues no tango a mano todos los antecedentes. Es posible que al fijar un precio más bajo a la producción cuprera y si se cautelan debidamente los intereses chilenos, no se dañe a nuestra economía. No sé si ésa es la situación de la reciente medida adoptada por nuestro Gobierno. En todo caso, quiero señalar que cuando no se comercia a base de las cotizaciones que se establecen en los mercados libres, se corre el riesgo de incurrir en deterioro de los términos del intercambio. Precisamente, éste es el riesgo más grave de los sistemas de trueque a que me estoy refiriendo.

Termino esta parte de mis observaciones insistiendo en que, no obstante todas las advertencias que he hecho y las limitaciones que noto en este sistema, debemos explorar e intentar con interés y perfecta buena fe la realización de un volumen más alto de negociaciones con la Unión Soviética y con los demás países de la Cortina de Hierro.

Deseo referirme ahora a la conveniencia de que exista un mejor y más desapasionado conocimiento recíproco entre esos pueblos y los nuestros.

Dentro de la limitada esfera de mis posibilidades, he tratado, por medio de entrevistas y publicaciones en la prensa, de aportar lo que me ha parecido justo para

un conocimiento ecuánime de la realidad soviética, con miras a tener una más clara comprensión de su pueblo y, entendiéndolo, poder sentirnos más vinculados a él, no obstante las enormes diferencias ideológicas que nos separan. Pero habría que pedir la misma actitud de parte de esos pueblos respecto del nuestro.

Se ha mencionado en la Sala la influencia del viaje del señor Kirilenko en las altas esferas soviéticas, la cual, no me cabe duda, fue efectiva, ya que nos recibieron con especial simpatía, y en ello, por cierto, debieron influir los informes y el entusiasmo caluroso con que siempre el señor Kirilenko se refirió a Chile. Su actitud contribuyó positivamente a abrirnos, en forma muy cordial, las puertas de los altos círculos soviéticos. Sin embargo, no tuvo el señor Kirilenko la misma actitud cuando dio una versión oficial de su viaje, publicada en el diario "Pravda", pocos días después de nuestra visita a la Unión Soviética. Sin lugar a dudas, ese informe representa una visión trunca y, en muchos casos, distorsionada de la realidad chilena. Lo he deplorado al recordar una circunstancia que me llamó poderosamente la atención en el curso de este largo viaje: la de que nunca, a ningún título, nadie nos preguntara nada sobre Chile.

Me he formulado muchas hipótesis acerca del por qué de esa falta de curiosidad por saber lo que sucede en un país remoto y exótico, como debe ser el nuestro para ellos. ¿Acaso los soviéticos no están acostumbrados a hacer preguntas? ¿O esperan una versión oficial sobre todas las cosas?

Realmente, aquello me pareció extraño. Quizás fue consecuencia del hecho de que los miembros de la comitiva, y en especial el Senador que habla, los acosábamos a preguntas. Pero jamás, a ningún título, se nos preguntó nada sobre lo que pasaba en Chile.

Cuando visitábamos una fábrica y nos

interesábamos por la situación de los obreros y por las actividades sindicales, que, como todos sabemos, son allá muy nominales, porque los representantes sindicales no pueden tener ninguna ingerencia en nada realmente importante para los trabajadores -por ejemplo, los salarios, que son fijados por el Gobierno-, resultaba curioso que nunca nos inquirieran sobre lo que sucede con los obreros chilenos. Habríamos podido darles informaciones de mucho interés para ellos acerca de nuestro régimen sindical, del sistema de pliegos de peticiones, de las huelgas y de las alzas de salarios.

Jamás se nos hizo pregunta alguna.

En las pocas ocasiones en que visitamos el campo y nos interesamos a fondo por lo que han hecho en materia agrícola, tampoco nos consultaron sobre lo que se realiza en Chile.

En las universidades que visitamos, no se nos preguntó cómo era la vida universitaria chilena. Tampoco en el Gobierno ni en el Parlamento de los Soviets se nos inquirió acerca de la vida política nuestra.

A mi juicio, es obligación de todos nosotros hacer un esfuerzo por darnos a conocer recíprocamente; hacerlo en forma objetiva, desapasionada, respetando las posiciones ideológicas opuestas; tratando de comprenderlas, cosa muy diferente a aceptarlas. Creo que para ello los hombres que viven en la Unión Soviética deberán hacer un esfuerzo considerable a fin de sobreponerse a su visión distorsionada o incompleta de la realidad de nuestros pueblos.

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