Labor Parlamentaria

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Antecedentes
  • Cámara de Diputados
  • Sesión Ordinaria N° 34
  • Celebrada el
  • Legislatura Extraordinaria número 345
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Intervención
CLAUSURA DEL PERÍODO LEGISLATIVO

Autores

La señora POLLAROLO (doña Fanny) .-

Señor Presidente, no estaba desinformada como nuestro colega Nelson Ávila . Sentía la necesidad de despedirme y había consultado al respecto. Creo en los rituales de término de una etapa para iniciar bien la otra; creo en las despedidas para compartir, fundamentalmente, sentimientos, pero también ideas y algunas reflexiones.

No sé por qué razón se me ocurrió leer las despedidas anteriores, en las cuales no estuve presente, y quiero dar a conocer lo que me pasó, porque son distintas, indican algo.

En 1994, la primera, junto con los nutridos aplausos a la tremenda simpatía de Mario Palestro, en esta Sala se expresó una especie de suspiro de alivio. Sí, era posible; se había logrado completar ese período parlamentario; se estabilizaba la democracia. Había una tranquilidad muy grande.

En 1998 fue distinto, muy turbulento. Hoy siento que estamos en un nuevo momento, que se manifiesta en su tono y en hechos muy simbólicos e importantes, como el caso de la señora Bachelet , ministra de Defensa, mujer y, además, socialista.

Otro hecho muy relevante tal vez a ello se deban muchas ausencias: por primera vez, dos mujeres asumirán como Presidentas de la Cámara. Estábamos atrasados, pues en otros países Perú , México y Colombia esos cargos ya habían sido ejercidos por mujeres.

Este nuevo momento es importante. Les ruego que perdonen esta breve reflexión. Lo más relevante es transmitir lo que ha sido para mí este tiempo, esta experiencia, lo que siento y los agradecimientos que deseo entregar, sin poder evitar la reflexión.

En estos tres distintos términos de períodos parlamentarios, además de expresarse la pluralidad de lo que somos porque aquí somos hombres y mujeres que representamos gran parte de la diversidad del país; no toda, falta todavía, se aprecia algo que se refleja en los procesos que vive el país. Esos tres momentos muestran este proceso, y ahora nos encontramos en un momento mejor. Lo atestigua el ejemplo de la señora Bachelet : mujer, ministra de Defensa y socialista. Esto indica que la democracia es firme y sólida, pero, sin duda, le falta mucho; aún es imperfecta y necesita ser profundizada, y hemos intervenido en este proceso desde nuestro trabajo en las Comisiones y en la Sala.

Asimismo, aunque nos duela, quise referirme a las turbulencias de 1998. De repente dudé en decirlo, por la simpatía y las cosas positivas que estamos sintiendo, pero ello tiene que ver con la valentía y capacidad de hablarnos y de debatir algunos temas que no debemos eludir.

Eso ha ocurrido en el último período, y me siento muy contenta y satisfecha de haber participado en ese proceso, afuera y aquí; de haber vivido en la práctica eso que hemos dicho otras veces. Como siquiatra, lo siento profundamente. Sé que las heridas sanan hablando de ellas, mirándolas, reconociéndolas, no para destruirse; al contrario, para no destruirse, para no autoengañarse. A mi juicio, eso es lo que hemos ido haciendo, y quería compartirlo con ustedes.

Por ello, los invito a releer las versiones de esas sesiones. Es bonito e interesante: somos parte de un proceso.

Ahora, quiero expresar una segunda reflexión. Creo mucho en las potencialidades de debates sobre distintos temas, que han ido mejorando y creciendo entre nosotros; a veces ha sido duro y difícil. ¡Cómo no lo iba a ser una acusación constitucional o los dos días completos de discusión sobre el divorcio! Ésos han sido debates en los que, de alguna manera, intentamos concretar lo que sostenía un intelectual francés ya fallecido, a quien leí con mucho placer: trasladar la lógica del debate intelectual a la vida pública. En el fondo, ésa es la argumentación y la refutación, el debate de ideas, el debate para avanzar sin miedo.

Ha sido muy hermoso e importante participar durante ocho años en este lugar de encuentro y de debate. Por eso, en esta despedida, deseo agradecer, en primer lugar, a quienes allá lejos, en el norte, confiaron en mí y me entregaron su representación: a los hombres y mujeres de Calama, de Tocopilla, de San Pedro de Atacama, de los pueblos del interior; a los mineros de Chuquicamata, a los pampinos de María Elena. Sé que me quieren y que no hubo un rechazo a mi persona ni a mi gestión. Ellos también saben que los quiero mucho y que fue muy trascendente representarlos.

Además, en esta posibilidad que me ha dado la vida agradezco a mi partido, a la Concertación, a mis colaboradores, a mis secretarios que hicieron posible mi trabajo: a Paola, Mery y Hugo. Sin ellos no habría podido hacer nada.

En verdad, no son sólo hermosos recuerdos de un tiempo, sino que constituyen un tremendo aprendizaje, porque en esta tarea parlamentaria muchas veces me preguntaba qué tiene que ver esto conmigo. Lo siento como una oportunidad enorme de asumir una tarea que es bien rara, porque nos facultan para legislar, pero también debemos estar con la gente, resolver problemas en el terreno y confeccionar listas de cosas por hacer.

Es una oportunidad tremenda, que nos enfrenta a que, en teoría, uno no puede amar en general, sino siempre en particular. Pero en política uno estudia proyectos de ley para la gente, tiene que involucrarse con ella y ver la manera de resolver sus problemas. Amar en general y en teoría no vale si uno no es capaz también de amar en particular. Creo que la labor parlamentaria nos da esa posibilidad. Además, intelectualmente, resulta interesante tener una mirada general, global del país, de los temas nacionales e internacionales y, a la vez, de la cosa concreta referida sólo a esa mujer, a ese hombre, a ese niño, a ese anciano.

Ha sido muy importante el trabajo en la Sala y en las Comisiones, sobre todo en lo relacionado con la familia, tema en el cual hemos hecho un aporte a la sociedad. En la Comisión de Familia nos fuimos metiendo en temas que mostraron nuestra manera de ser no sólo como políticos clásicos o como partido, sino como personas, con nuestros miedos, prejuicios, experiencias, temores y tabúes. Tuvimos que estar bien puestos allí y eso en la vida es muy importante. También participé en la Comisión de Salud en el análisis del proyecto sobre el sida. En fin, no quiero referirme a todo aquello que está registrado en la historia y en documentos.

En lo personal, esta experiencia ha sido, más que intelectual, política o técnica; también fue un aprendizaje humano. En la Cámara pude sentir que era posible un clima fraternal y cálido con mis colegas de bancada. El hecho de que nos protegiéramos de esta competitividad, de lo que nos aísla y separa y seguir en el debate ciudadano con los amigos de la Concertación, con quienes estuvimos juntos en la calle mojados por el guanaco, nos ha enriquecido. También he aprendido mucho de la experiencia humana con los colegas de la Oposición.

Siempre creí ser una persona pluralista, tolerante, que cree en las diferencias y las valora, pero aquí lo he vivido en la práctica. Lo otro es teoría. Por eso quiero agradecer muy sinceramente a todos los que me han permitido vivir esa experiencia con todas las diferencias, alegatos y enojos que ello implica, pues así debe ser.

Hablaba recién de habernos atrevido a cosas tan duras como la acusación contra Pinochet, por ejemplo, y al mismo tiempo sentir que existe el encuentro humano en la simpatía, en la calidez, en sentirnos cerca, en hacernos una broma, en sintonizar con chistes y recuerdos. El haber recibido un afecto, que sé sincero porque uno se da cuenta de esas cosas, como el demostrado por un diputado de la UDI, ahora senador electo, que fue uno de los primeros en llamarme al celular, cuando se conoció el resultado de la elección, es una experiencia que valoro en lo personal, más allá de lo que significa para el país, como dijo el diputado José García , opinión que comparto ciento por ciento, porque esa actitud tiene que ver con este nuevo momento, el de las barbas cubanas, que ahora se ven más en las bancadas de enfrente y que también tiene una dimensión personal: confirmarme que las diferencias que se están dando enriquecen y que estamos avanzando hacia encuentros que posibilitan hacer más democrático este país.

También me duelen las críticas, la mayoría injustas, respecto de los parlamentarios y de la política. Como todo en la vida, en la política y entre nosotros hay también mucha nobleza, pero también miseria; mucha grandeza, pero también pequeñez; mucha generosidad, pero también egoísmo.

A lo mejor, es justo que se nos exija más, porque en todo el ámbito del ser humano está lo noble y lo feo. Es importante eso y hay que comprenderlo así, pero me quedo con lo noble, lo bueno y lo generoso, que es mucho; lo veo en el trabajo valioso que he compartido en las jornadas nocturnas agotadoras en las Comisiones y en el debate serio que se da en la Sala. Eso me lo llevo como algo importante de mi vida.

Al hablar de lo bueno, noble y generoso que me estoy llevando conmigo, debo referirme a los hombres y mujeres que trabajan en la Cámara y hacen posible nuestra labor parlamentaria. Quizás lo bueno, noble y generoso está especialmente en ellos. Quiero agradecer de corazón a todos los funcionarios y funcionarias de la Corporación: a la señora Lucinda Urbina y a todo el equipo de Tesorería; a don Carlos Loyola y a los funcionarios de la Secretaría; a los amigos de Relaciones Públicas, de la Biblioteca, de Informaciones y, en especial, porque lo llevo como un cálido recuerdo de todo lo compartido, a los Oficiales de Sala, por los cafecitos que nos hacen llegar antes de pedirlos, sus expresiones de calidez, de amabilidad; por los gestos que uno ve en los funcionarios de la torre, en los que manejan los ascensores que llamamos insistentemente, en los de los comedores, y por la paciencia y amabilidad de las telefonistas.

No quiero dejar fuera de mis agradecimientos a mi familia por su paciencia permanente e inagotable, pero ahora estoy agradeciendo a todos los que forman parte de esta Cámara.

Agradezco también a mis queridas amigas secretarias y a los asesores de la bancada; a la Marcelita, que debe estar por ahí escuchando mis palabras, muy sabia y conocedora del valor de los afectos.

Me llevo muchos recuerdos y experiencias, pero, sobre todo, mucho afecto y cariño compartido, que en una tarea como ésta son necesarios y buenos, porque no sólo debe funcionar nuestra cabeza, sino también el corazón. El afecto, la calidez humana son lo que, al final de cuentas, nutren y dan verdad a nuestras convicciones e ideales, los cuales, sin esa posibilidad de pertenecer a personas y de vincularnos como tales, no son creíbles ni confiables. Por ello, confiemos en esa capacidad de afecto que tenemos.

Por todo lo que he recibido, muchas gracias. Les deseo suerte a los que llegan, en especial a los más jóvenes y a las mujeres, que esta vez serán más, lo cual me enorgullece mucho.

He dicho.

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