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Antecedentes
  • Cámara de Diputados
  • Sesión Ordinaria N° 55
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  • Legislatura Ordinaria número 354
Índice
  • Documento
    • VI. ORDEN DEL DÍA
      • HOMENAJE EN MEMORIA DE LOS MÉDICOS DETENIDOS DESAPARECIDOS IVÁN INSUNZA BASCUÑÁN Y CARLOS GODOY LAGARRIGUE .
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    • VI. ORDEN DEL DÍA
      • HOMENAJE EN MEMORIA DE LOS MÉDICOS DETENIDOS DESAPARECIDOS IVÁN INSUNZA BASCUÑÁN Y CARLOS GODOY LAGARRIGUE .
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Homenaje
HOMENAJE EN MEMORIA DE LOS MÉDICOS DETENIDOS DESAPARECIDOS IVÁN INSUNZA BASCUÑÁN Y CARLOS GODOY LAGARRIGUE .

Autores

El señor INSUNZA (de pie).-

Señor Presidente, en primer lugar, quiero decir que las bancadas de la Concertación, de los partidos Demócrata Cristiano, Radical Social Demócrata, Socialista y por la Democracia, me han pedido que las represente en este homenaje.

Este viernes 4 de agosto, se cumplen treinta años desde que Carlos Godoy Lagarrigue e Iván Insunza Bascuñán fueran secuestrados por la Dina. Aún desconocemos su paradero. Ambos eran médicos, amigos y militantes del Partido Comunista.

Carlos Godoy tenía 39 años. Era casado con Dolores, una hermosa hija de españoles que llegaron a Chile en el barco Winnipeg , que, gracias a Pablo Neruda , trajo a un grupo de refugiados republicanos de la guerra civil española.

Tenía tres hijos: Pedro , Claudia y Carlos , que apenas tenía un año y meses.

Mientras escribía estas líneas, me di cuenta de que Carlos, en ese entonces, tenía casi la misma edad que yo tengo ahora.

Iván Insunza , mi tío, tenía 43 años. Tuvo dos hijos. El mayor de ellos, Iván está aquí, es una reproducción física casi exacta de él y, según me cuentan, también de su carácter. Mi primo también tiene 43 años.

Su segundo hijo, Felipe , aún no nacía cuando él desapareció. No alcanzó a conocerlo. Al parecer, ni siquiera supo de su gestación, por cuanto nació casi nueve meses después. Y como si fuera parte de un sino, Felipe murió a los 18 años en un trágico accidente: una noche de lluvia, cayó al canal San Carlos . Pasaron las horas y los días, pero no aparecía. Una nueva angustia nos recorrió. La historia se repetía. Al final, una vez que secaron el canal, fue encontrado y pudo ser sepultado.

El año 1976 fue un año muy brutal. La represión fue muy intensa, muy masiva y muy osada. Fue el mismo año del asesinato de Carmelo Soria y del atentado contra la vida de Orlando Letelier, en Washington. La Dina y el Comando Conjunto estaban empeñados en aniquilar a todos los partidos de Izquierda. Así, lograron detener a la dirección del Partido Comunista: en marzo, cayó José Weibel ; en mayo, Jorge Muñoz , Mario Zamorano , Uldarico Donaire y, poco después, Víctor Díaz . Entre julio y agosto hubo una horrorosa sucesión de detenciones, entre ellas, las de Carlos e Iván. Pocos días después cayó Miguel Nazal , sacaron de su casa a Vicente Atencio y fue encontrada brutalmente asesinada Marta Ugarte en la playa de Los Molles. En diciembre fueron detenidos Fernando Ortiz , Waldo Pizarro y varios otros.

Ese recuento me impacta, porque mi padre, Jorge Insunza , era parte de esa primera dirección del Partido Comunista. Hoy está aquí, conmigo, en este homenaje a su amigo y a su primo, porque sus compañeros lo conminaron a salir de Chile unos meses antes. Por eso, mi papá se salvó de ser un detenido-desaparecido.

A Iván le gustaba ayudar y era demasiado orgulloso como para dejarse vencer por el miedo. A él nunca le interesaron los cargos, pero asumía las responsabilidades que le daban.

Durante el gobierno del Presidente Allende fue director del Sermena. Posteriormente, en los primeros años de la dictadura, organizaba a los profesionales comunistas. Además, era uno de los médicos que atendían a los dirigentes que vivían en la clandestinidad.

Pocos días antes de su detención había recibido en su consulta a Marta Ugarte y, tal vez, a través de él querían llegar a mi padre. Incluso, entre las mentiras con que Manuel Contreras respondió a los recursos de amparo fue que Iván había salido a Argentina a encontrarse con Jorge Insunza , porque él decía era su enlace-correo. Esa mentira desnuda la responsabilidad de Contreras, porque la Dina sabía que mi padre había salido de Chile. “El guatón Romo” lo había reconocido en Argentina cuando él salió clandestinamente a fines de 1975. Lo único parecido a ese papel de “enlace” fue que nuestro tío Iván nos ayudó en varias ocasiones a mí, a mis hermanas y a mi abuelita Raquel a ver a mi papá en sus años de clandestinidad. Lo recuerdo bien, a pesar de que tenía siete u ocho años de edad.

La valentía de Carlos también fue enorme. Aceptó integrar la dirección del Partido Comunista luego de que cayera el equipo que encabezaba Víctor Díaz . Pasó a ser parte del Comité Central, que en esos meses dirigían Víctor Cantero y Fernando Ortiz . No era una decisión fácil, porque él era un personaje conocido. Además, fue candidato a diputado por Melipilla en 1969. Al inicio de la dictadura fue investigado porque, junto con el arquitecto Miguel Lawner , era propietario del terreno donde estaba ubicada la antena de la radio Magallanes.

Eran meses angustiosos. Ellos sabían el riesgo que corrían; sabían perfectamente que los rodeaba una ola de detenciones, algunas muy cercanas: el 27 de julio había sido detenido Alejandro Rodríguez , un arquitecto que trabajaba con ellos en el mismo equipo de profesionales comunistas.

Dolores, la esposa de Carlos, me contó que en esos días él estaba nervioso y más irascible. Un día lo escuchó conversar con Iván estaban muy tensos sobre todo lo que ocurría, pero ellos no querían que ella se alarmara. Sabían que estaban en peligro.

¿Qué pasaba por sus mentes? ¿Por qué no reaccionaron? ¿Por qué no se escondieron o salieron del país? Mirado desde la distancia de los años, sólo puedo aventurar algunas reflexiones.

Iván tenía una especie de juramento: no se iría de Chile, no iba a dejar su país. Él vivía ese espíritu estoico de su generación y creía en la trascendencia de lo que hacía. Era parte de una causa. Estaba luchando por lo que creía y amaba.

En el caso de Carlos, ese mismo sentimiento estaba acompañado por cómo él sintió el exilio de los republicanos españoles. Él quería mucho a su suegro; lo admiraba y eran muy amigos. Carlos se resistía a repetir la historia: su suegro llevaba más de treinta años fuera de España. En Chile, la dictadura cumplía casi tres años y Pinochet se quería parecer en todo a Franco. Irse era imaginar otro drama, someterse a otro desgarro.

Debido al sentido del deber que tenían y a esa famosa disciplina comunista en la que se habían formado, ellos sólo dejarían sus responsabilidades si el partido se los pedía o se los exigía. Ambos sentían que no podían abandonar sus tareas. Hacerlo era herir su propia dignidad y su sentido del honor personal; de alguna manera, traicionarse a sí mismos.

También creo que, a pesar de la represión y de tantos asesinatos a su alrededor, no tenían plena conciencia del riesgo. Tal vez pensaban que si eran detenidos se enfrentarían a la tortura y a otros horrores, pero no a la muerte. Estaban anímicamente preparados para enfrentar esa brutalidad; sin embargo, no sopesaban la posibilidad de morir.

Era un tiempo extraño. Ese año, 1976, nadie concebía lo que ahora conocemos como los “detenidos desaparecidos”; no se imaginaban esa miserable cobardía. Sabían perfectamente de las ejecuciones iniciales, de los operativos en que habían matado a líderes del Partido Socialista y del MIR, de las torturas en lugares secretos.

Todavía había campos de concentración. En esos mismos meses algunos de los prisioneros que antes habían estado en

Dawson , Ritoque u otros lugares eran expulsados al exilio. Fernando Flores, que está presente en las tribunas, fue expulsado del país el 6 de agosto de 1976, dos días después de la detención de Iván. Luis Corvalán fue canjeado el 16 de Diciembre de 1976, un día después de que secuestraron a Fernando Ortiz .

Ese 4 de agosto no llegaron a sus casas. No había rastro de ellos. A Carlos lo tomaron alrededor de las 4 de la tarde y a Iván a eso de las 9 ó 10 de la noche.

En esos primeros días, sus familiares pensaban que se trataba sólo de una detención. Presentaron recursos de amparo que, como casi todos en esa época, eran formalmente tramitados por los tribunales de justicia, pero desestimados con la sola negativa del Ministerio del Interior o de la Dina. Tenían versiones parciales y, después, algunos relatos de personas que salieron con vida de esas detenciones: que podían estar en villa Grimaldi o en Cuatro Álamos, que los iban a canjear por otras personas, o que después los soltarían. Decían que se habían fugado del país, o intentaban instalar la despreciable versión de que se trataba de un ajuste de cuentas o que se habían ido con otras mujeres. Nadie pensaba que los harían desaparecer.

A mi tío Alfonso, el papá de Iván, lo llamaron en varias ocasiones para pedirle plata a cambio de información e, incluso, le ofrecieron un rescate pagado. Como cualquier padre, hizo lo que le pedían para salvar a su hijo, pero sin resultados.

Su hermano, Alfonso , que hoy nos acompaña, fue quien encabezó las presentaciones judiciales y las investigaciones hasta el día de hoy. Ha vivido cada detalle de todo esto. Piensen ustedes que siempre fue el primero en saber lo que tuvo que enfrentar Iván en villa Grimaldi .

Déjenme contarles algo. Cuando reconstruía toda esta historia con Iván, con Claudia, con Dolores, con mi papá y con mi mamá, la expresión de ellos era la de una vista puesta en el horizonte, que va reconstruyendo los pasajes de un dolor. El tono era sombrío, de una pena contenida.

Pero cuando les decía, “Cuéntame, cómo era él”, en todos ellos aparecía de inmediato una luz en sus miradas. Los dos tenían un carácter parecido. Eran muy alegres, risueños, con mucho sentido del humor. No eran el prototipo de los comunistas solemnes.

Iván era sencillo; no tenía pretensiones. Se apasionaba con sus cosas y más de una vez defendió a puñetes a sus amigos. Tartamudeaba un poco y era entrador; no se hacía problemas para empezar una conversación. También era tenaz, exigente y con explosiones de mal carácter. Una vez, mi abuelita Raquel se molestó con él porque gritó desde la escalera que las visitas bajaran la voz, porque no lo dejaban estudiar tranquilo. Ella, que era severa y tradicional en esas materias, encontró que había que retarlo; en cambio, mi abuelo Jorge no le dio importancia. Era un sello de familia.

Como hermano mayor, era bien catete y mandón. A sus hermanas las reprendía por usar faldas cortas o escotes pronunciados, aunque él se preciaba de ser galán y seductor.

Carlos era muy cálido, un libro abierto. Contaba todo lo que le pasaba; no era bueno para los secretos. Por mucho tiempo fue un médico rural y cultivó esa cercanía del campo. Era muy espontáneo. Incluso, a veces, cuando invitaba amigos a su casa y ya se sentía cansado, le decía a todos: “Bueno, yo me voy a acostar. Ustedes, si quieren, se quedan un rato, pero yo me voy”. Y partía. Jugaba mucho con sus hijos; los contagiaba con su entusiasmo.

Tengo un vago recuerdo de él, una imagen, porque después del 11 de septiembre estuvimos escondidos en su casa.

Todos nosotros, que nos quedamos sin ellos, vivimos sus ausencias.

Mi abuelita Raquel tenía una foto de Iván en la cómoda de su pieza. Así supe de él, preguntando por esa foto. La conciencia sobre su muerte la tuve recién en 1986, cuando conversando con Alfonso, su hermano, en su departamento en Villa Frei, me dijo: “Yo creo que Iván no duro mucho, porque con el carácter que tenía, lo más probable es que se haya enfrentado con los agentes de la Dina y lo hayan matado.” Hay testigos que relatan que ambos, Carlos e Iván , encararon a los agentes que estaban en Villa Grimaldi.

El tío Alfonso , su padre, murió en 1987, con una pena infinita. Siempre sentí ese dolor en sus ojos. A veces lo veía sonreír, pero sus ojos seguían con pena. La tía Violeta, su madre, vivió todo esto con reserva, con pudor, con ella misma.

Con Claudia y Carlitos nos veníamos juntos del Liceo Manuel de Salas, caminando por Brown Sur. Un día, mi hermana, Roxana , me cuenta toda nuestra relación. Desde ahí, pasamos a ser como hermanos.

Dolores me cuenta que poco tiempo después de la detención de Carlos, Pedro y Claudia , sus hijos, asumen sus papeles dentro de la casa. Pedro va a comprar la parafina para la estufa, Claudia apaga las luces en la noche y entre todos le cuentan cuentos a Carlitos.

Iván almorzaba todos los días con él, en la casa de sus abuelos. Al día siguiente de su detención, llega y ve a toda la familia reunida, que lo queda mirando apenas él entra a la casa. Esa imagen no la olvida, porque altiro supo que algo le había pasado a su papá.

Hace pocos años, Iván me contaba que para él fue terrible enfrentar las versiones que decían que podía haber detenidosdesaparecidos vivos en Colonia Dignidad. No podía dejar de tener una esperanza y luego sufrir la decepción de una noticia que, al final, se diluye y nadie confirma o desmiente.

El mismo sentimiento de rabia e impotencia los embarga cuando se informa en la Mesa de Diálogo que los lanzaron al mar, en las costas de San Antonio, y luego ver cómo los restos de otros desaparecidos, se decía que estaban en el mar, terminan apareciendo en tierra firme.

Lo que ninguno de nosotros puede imaginar, sin embargo, es lo difícil que es para todos ellos, para los hijos en especial, sentir la rabia, el enojo hacia estos padres ya ausentes. ¿Por qué no se cuidaron? ¿Por qué siguieron? ¿Por qué no pararon? ¿Por qué no nos prefirieron? Ese reclamo de amor, que no duda del amor de ellos, pero que pide un privilegio, no es fácil enfrentarlo; no es fácil, siquiera, permitirse ese sentimiento. Pero no hay nada más normal que esa queja y, al final, no queda más alternativa que la comprensión.

Nos queda una tarea: encontrarlos.

Permítanme una última reflexión.

El reconocimiento de las violaciones a los derechos humanos todavía carece de una verdad consistente, sobre todo respecto del destino de los detenidos-desaparecidos. No sabemos dónde están.

Los criminales no han tenido el coraje de asumir su responsabilidad. No sólo la eluden, sino también en un acto que agrava las cosas han intentado sistemáticamente entorpecer las investigaciones. Entregan información falsa o verdades a medias, que afectan o retrasan las investigaciones.

Estos criminales siguen siendo unos personajillos miserables, unos cobardes que no tienen ningún sentido del honor.

Y entonces, yo me pregunto, ¿cómo vamos a enfrentar esta necesidad de saber dónde están? ¿Qué más tenemos que hacer?

Claudia Godoy me decía algo muy cierto: ya hemos tenido reparaciones simbólicas, pero nos falta saber dónde están. ¡Ninguno de nosotros va renunciar a eso! ¡Jamás!

El Informe Rettig y la Mesa de Diálogo no lograron ese objetivo. Sólo a través de la justicia, de la lucha que se ha dado en largos procesos judiciales, hemos logrado saber el destino final de algunos de ellos. Lo que falta es que los responsables hablen y que no se sigan escudando en la ley de amnistía para callar. La alternativa que nos queda, frente a su cobardía, es eliminar esa ley.

El juicio histórico, Chile ya lo hizo. Tenemos esa tranquilidad de espíritu. Al final, Pinochet está terminando como terminan todos los dictadores: bajo un manto de vergüenza. El juicio histórico es siempre, al final, un juicio moral. La dictadura deshonra nuestra historia moral como país y Pinochet deshonra al Ejército.

Estoy seguro de que las nuevas generaciones de oficiales ya no ven en él a un líder militar respetable, sino todo lo contrario. En el futuro se le verá como un dictador que usó con perversidad el poder, que participó del asesinato de su antecesor, el general Prats; que no tuvo el sentido del honor militar al momento de enfrentar la justicia, que era más proclive a la pillería que a la rectitud; que se ha demostrado que fue un gobernante corrupto y que se enriqueció personalmente e involucró a su familia en esos robos.

Esa conciencia crea la posibilidad de un futuro distinto, y ese futuro es posible gracias a la tenacidad y entereza de la lucha por los derechos humanos.

Después de todo, ¿qué valor tiene que nuestra Cámara de Diputados les rinda un homenaje? Quizás, sólo dos cosas. El valor de la memoria, para que su recuerdo sustente nuestros valores como sociedad hacia el futuro, y para decirles, una vez más, queridos Iván y Carlos , están en nuestros corazones.

Muchas gracias.

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