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Antecedentes
  • Senado
  • Sesión Especial N° 60
  • Celebrada el
  • Legislatura Ordinaria año 1968
Índice
  • Documento
    • IV.- ORDEN DEL DIA.
      • HOMENAJE A LA MEMORIA DE PABLO DE ROKHA.
        • Participacion
  • Documento
    • IV.- ORDEN DEL DIA.
      • HOMENAJE A LA MEMORIA DE PABLO DE ROKHA.
        • Participacion

Homenaje
HOMENAJE A LA MEMORIA DE PABLO DE ROKHA.

Autores

El señor CASTRO.-

Señor Presidente, Honorable Senado:

Pablo de Rokha me pareció siempre un huaso de Licantén, a galope tendido por la vastedad de un campo sin alambradas, arrebujado en un poncho de castilla, enfrentando los aguaceros y los temporales.

Cuando se trasladó a la ciudad para prolongar su existencia creadora, literariamente, tomó la prestancia de un roto chileno traspasado de coraje, con los pantalones amarrados con alambres de púas. Era un hombre que necesitaba espacio para vivir, hablar y escribir. Quizás se sentía estrecho entre el Pacífico y los Andes.

Digo esto tratando de encontrar algunas de las razones que lo empujaron al suicidio.

Pablo de Rokha era cósmico: hablaba de volcanes y de correntadas; poseía en su palabra todos los matices para dar la sensación rápida y gráfica del universo y de las grandes batallas del hombre. Estaba destinado a terminar -se me ocurre- angustiado en un país que se va poniendo prematuramente viejo.

Esta noche, invitado por el periodista Carlos Jorquera, asistiré a un foro frente a las cámaras de la televisión para contestar esta pregunta : ¿ por qué en Chile se suicidan los escritores, los valores de las letras nacionales? Estudiando la existencia de De Rokha, se puede encontrar una parte de la explicación: nos estamos' poniendo prematuramente viejos.

El creador, el escritor, el poeta, el escultor son hombres de corazón sin fronteras, amplio. Con mayor razón en el caso de Pablo de Rokha, a quien asfixiaban las lianas de la burocracia y punzaban los inconvenientes, los trámites de la sociedad. El quería crear, pensar y transitar libremente. Pero en Chile nos estamos transformando en la patria del trámite. Y precisamente en el Congreso hemos levantado la industria del trámite para envejecer al país, para abrumarlo de leyes y reglamentos.

Chile, como dije, se asfixia con las lianas del trámite. Se asfixia la juventud que desea lanzarse hacia el futuro. El crecimiento se entraba porque el mayor porcentaje de energías debemos gastarlo en abrir senderos en esta selva de trámites, reglamentos, oficios, comisiones investigadoras, proyectos y anteproyectos.

Cuando se suicidó Joaquín Edwards Bello, nadie dijo una palabra sobre las razones que tuvo el autor de "El Roto" para llegar a sentirse solo, abrumado, amargado en una patria a la que había cantado y comentado durante más de cincuenta años. El caso, para llegar al mismo terminal, es inverso al de De Rokha: Edward8 Bello venía de la aristocracia, de los más altos salones; pero quería huir de allí, y su pluma estuvo durante toda su vida criticando precisamente este torrente de gabelas, esa siutiquería del legislador, del gobernante y del hombre que está siempre tirando de la chaqueta al que sube por su& propios medios.

Durante una vida, Joaquín Edwards estuvo tratando de limar o de abrir un boquete para que entrara la luz en esta apretada ramazón de reglamentos, leyes y trámites que nos hemos venido dando durante decenas y decenas de años, para ahogar a nuestros creadores y hacer difícil el desarrollo de las nuevas generaciones que vienen buscando claridad.

La misma Gabriela Mistral, a quien don Pedro Aguirre Cerda hizo justicia, vivió su vida pronunciando una amarga palabra para quienes en su propia patria le habían hecho la vida imposible. El trámite y la envidia estuvieron poniendo obstáculos a las ansias de desarrollo de Gabriela.

¿Y qué decir de Pablo de Rokha? Cierto es que De Rokha, este combatiente de siglos de la poesía mundial, no tenía el concepto suave ni morigeraba la palabra para salir al encuentro del adversario ni para enrostrarle a la sociedad la venganza que ésta quería cobrarse en él y en sus familiares. Pero es preciso reconocer que hasta en el insulto y en la pelea había talento en la producción de De Rokha.

Yo no lo conocía cuando el Senado aprobó su pensión; pero él me llamó en la noche a mi casa, y lo conocí por el hilo del teléfono. Un amigo de él y mío, Darío Sainte-Marie, me había dicho: "De Rokha está muy temeroso de que usted se oponga al trámite de su pensión". Le contesté: "Dígale a De Rokha que no sólo no me opondré, sino que me esmeraré en el Senado para que su pensión sea despachada esta misma noche". No hacía falta tal diligencia mía, pero de todos modos cumplí mi palabra.

Seguramente De Rokha tenía algo de temor, porque en este país el encasillamiento de los hombres por ideas políticas, por intereses económicos, por efecto de estas lianas de la administración, por este vivir fatigosamente, por este andar trajinando en los Ministerios y Cajas de Previsión, estudiando la interpretación de las leyes, acaba no sólo por dividir a los chilenos en partidos políticos y en sectores económicos, sino también por encasillar a los mismísimos escritores.

Soy amigo de Neruda y por eso se pensaba tal vez que me ubicaba en las filas de los antirrokhianos. Porque en la literatura chilena, entre los pequeños valores se ha estilado así: o con éste o con aquél, negando la producción del uno o del otro, trayendo la palabra filuda para herir al que no produce de acuerdo con los gustos de quien está emitiendo opinión.

Soy amigo de Neruda, pero jamás dejé de pensar que De Rokha era uno de los cuatro grandes de nuestra poesía, junto al autor del "Canto General", a Gabriela y a Vicente Huidobro.

Y me llevé una sorpresa con ese golpe de cordialidad que me dio De Rokha la noche aquella al llamarme. Y cual un viejo huaso que quizás hubiera estado más de una vez junto al brasero asando un quesillo de vuelta y vuelta en los carbones encendidos, me dijo: "Lo llamo, compañero, para agradecerle su gesto". Con una voz que era la del campo chileno, del viejo campo, voz de vasija de bodega vinera enterrada en el terrón del fundo o de la hacienda del siglo pasado, me habló de sus problemas económicos y de lo que podía significar esa migaja que le habíamos aprobado en el Parlamento. Me habló de sus tragedias, de sus angustias y me dijo que alguna vez tendríamos que reunimos alrededor de su mesa para charlar.

Cuando supe que estaba en una clínica listo para tratarse, lo llamé; y en una ocasión un familiar que lo acompañaba me trajo su agradecimiento. Al llamarlo de nuevo, estaba solo. La enfermera me vino a contar que "don Pablo se hallaba solo; que me mandaba su gratitud". Una vez más, quedé con la sensación de la soledad del hombre en un cuarto de hospital, tal vez rodeado de libros y descansando, pero solo con el pensamiento de sus viejas batallas.

¡Tanto pelear durante años para terminar tendido en el silencio, en la soledad, en el aislamiento de una sala de hospital!

Ahora se ha ido, y yo quedé esperando charlar con él alrededor de su mesa. El me había hablado de las longanizas que podríamos consumir, de las cazuelas de ave, de las papas doradas en las cenizas, del puré picante, de la empanada chilena, del pebre -¡cómo le habríamos echado pebre, señor, a cada plato en aquella mesa!-, ese pebre que al parecer fue el condimento de toda la producción de este hombre.

Señor Presidente, uno debe terminar pensando que De Rokha, como se ha dicho esta mañana aquí, fue un poco asesinado por la sociedad, ya que no sabe comprender a sus grandes valores y mucho menos pudo entender al ciclón que él fue.

Pido excusas por haberme atrevido a improvisar. No se puede, en realidad, improvisar frases, de buenas a primeras, para un hombre a quien aún no podemos medir. Será el futuro el que mensure su poesía. Pero ya en algunas universidades de Estados Unidos se sostiene que Pablo de Rokha es el prolongador de Walt Whitman en América. Es probable que no lo alcancemos a comprender.

En este Parlamento, donde oportunamente no se pudo hacer la debida justicia, ni crear las condiciones para que nuestros altos valores no se suiciden, está muy bien que le rindamos homenaje a este gran combatiente.

Es probable que golpes como éste nos ayuden a recuperar la juventud. Pablo de Rokha fue un eterno joven, y en sus últimos años lo dijo en algunos de sus versos y declaraciones. El se angustiaba de no poder morir lanzando granizadas como "Che" Guevara, para terminar abruptamente con los males de América. Es probable que el último disparo de aquel revólver que acabó con la existencia de dos De Rokha nos traiga la claridad necesaria para entender que debemos rejuvenecer, que debemos impedir este deslizarse por la vejez. Demasiado constitucionalistas, estamos quemando nuestras energías en el pequeño trámite, en la diligencia sin alcance y sin proyección. Este país debe ser como De Rokha: un jinete lanzado hacia el porvenir por un campo sin alambradas.

Yo, que no lo alcancé a conocer, me quedaré en silencio disfrutando su poesía. No fui a su casa para oír la ternura del recuerdo de Luisita Anabalón, su novia de siempre, a quien siempre amó y continuó amando en la presencia de sus hijos. No fui a su mesa para oírle hablar de su amor eterno; para escuchar a ese gladiador que se transformaba en pétalo para contarnos de la figura de Luisita. No fui a su casa ni me senté a su mesa; pero me reclino al lado de su poesía para continuar viviendo con él y metiéndome por la sangre el mensaje de vitalidad y de lucha que fue la existencia de Pablo de Rokha.

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