Labor Parlamentaria
Participaciones
Disponemos de documentos desde el año 1965 a la fecha
Antecedentes
- Cámara de Diputados
- Sesión Ordinaria N° 31
- Celebrada el 05 de diciembre de 1995
- Legislatura Extraordinaria número 332
Índice
El señor SABAG (de pie).-
Señor Presidente, la bancada democratacristiana me distinguió para rendir este homenaje.
“¡Salve Marta / Colvinizadora del mundo/ Martista de la piedra/ Caminante chillaneja de la Torre del Sur!”
Inspiración y frases poéticas de nuestro gran vate Pablo Neruda , para definir y sintetizar maravillosamente la vida y la obra de la más grande escultora de Chile, una matrona de la monumentalidad como la ha descrito la crítica mundial, que impuso su obra artística, de rasgos eminentemente latinoamericanos, en el centro de Europa: París, la ciudad de la luz, que ella llamara con ternura “mi nidito de arte y de descanso”.
Marta Colvin Andrade dijo materialmente adiós a Chile, en particular a Chillán, su tierra natal, en la madrugada del viernes 27 de octubre último. Pero su inmenso talento de veinteañera, sus manos prodigiosas, que comenzaron a amasar la greda de Quinchamalí, y su enraizado cariño por el suelo que la vio nacer, permanecerán por una eternidad en nuestro espíritu.
Chillán es hoy no solamente una “Ciudad herida” nombre de la escultura que la artista le entregara al despuntar septiembre de 1993, en recuerdo profundo del trágico sismo de 1939, sino que, además, está aún rigurosamente vestida de duelo, por la partida sin retorno físico de su hija predilecta.
Junto a la escritora Marta Brunet Cáraves , al virtuoso pianista Claudio Arrau León , al aplaudido divo Ramón Vinay Sepúlveda , al extraordinario pintor Arturo Pacheco Altamirano , a la recordada folclorista Violeta Parra Sandoval , a su hermano poeta, Nicanor , y a otras decenas de figuras de las artes y las letras, Marta Colvin ratificó que, al parecer, el arte y el heroísmo patrio tienen su domicilio chileno en la provincia de Ñuble, que hoy me honro en representar en este hemiciclo.
Al comenzar 1971, tras habérsele otorgado a la brillante escultora el Premio Nacional de Arte, Lilian Calm escribió en el diario “El Sur”, refiriéndose a la fecundidad artística de Ñuble: “Hay algo en el campo, en el cielo, en los ríos y esteros y en el viento, que parece ir dejando ahí (en esa tierra) una impronta, un sello, en la creación artística de real excepción”.
Marta Colvin nació en suelo chillanejo el 22 de junio de 1917, como parte de una familia tradicional de artistas. Su madre, doña María Elcira , practicaba la pintura y ejecutaba acertadamente el piano, y su abuelo paterno, James Alex Colvin , era un irlandés de elevada producción poética. Fue, tal vez, esa temprana inspiración la que hizo que, más tarde, nuestra recordada escultora profundizara en la poesía de Gabriela Mistral y Pablo Neruda , a quienes ella les atribuyó condiciones de legítimos pilares de la literatura chilena, diciendo en una oportunidad que “ellos son como la cordillera de los Andes misma”.
La monumentalista, que hoy ocupa merecidamente nuestra atención de hombres públicos, se casó joven con el conocido agricultor y filántropo chillanejo Fernando May Didier , también fallecido, y sus inquietudes artísticas de entonces se expresaban únicamente en muebles, alfombras, tapices, murales.
Sin embargo, una noche de torrencial lluvia sureña, cuando Marta Colvin regresaba desde una conferencia a su fundo “El Mono” (hoy campus central de la Universidad de Biobío), “los focos de mi auto relataba ella iluminaron a una mujer que caminaba contra el viento, en medio del agua y del barro. Se llamaba Noemí Mourgues , y ejercía como profesora en el Liceo de Niñas de Chillán. Como además esculpía, me convidó a conocer su trabajo y me regaló un pedazo de su greda. Eso fue mi perdición..., o mi salvación”, confesaba Marta Colvin hace ya muchos años.
Fue así como ella comenzó a esculpir para convertirse prontamente en una artista consagrada.
Tras el terremoto homicida de 1939, definido por ella misma como “un montón de escombros que se eleva al cielo”, Marta Colvin se radicó en Santiago para iniciar estudios refinados en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, donde tuvo sobresalientes maestros, como Julio Antonio Vásquez y Lorenzo Domínguez.
En el año 1947, el gobierno le encargó la confección de su primer monumento, denominado “Homenaje al Libertador Sucre”. Un año después ganó una de las primeras becas de arte otorgadas por Francia luego de la Segunda Guerra Mundial. Así llegó a París en 1948, para perfeccionarse en la Academia Grand Chaumière, ingresando al taller del famoso escultor Ossip Zadkin , aunque fue el famoso Henry Moore , en Londres, quien marcó profundamente a la artista latinoamericana.
De regreso a su tierra, Marta Colvin visitó Lima , las ruinas incaicas de Machu Picchu, la isla de Pascua y el norte de Chile, reencontrándose con el corazón mismo de América, que lo sintió y expresó en profundidad para imprimir la característica y cualidad esencial de su obra. De esta manera, nacieron esculturas suyas de renombre como “Andes”, “Manu-Tara”, “Las Torres del Silencio”, “Caleuche”, “Puerta del Sol”, “Homenaje a Laura Lagos” recordada hija del ex director propietario del antiguo diario “La Discusión” de Chillán, “Horizonte Andino”, “Toqui” y “AkuAku”.
Corría el año 1965 cuando Marta Colvin se consagró definitivamente al conquistar el primer premio en la exposición internacional de escultura, durante la Bienal de Sao Paulo, galardón único de esta categoría adjudicado a la plástica nacional. Luego conquistaría la Gallerie du France, elogiada por “Le Monde” y “Le Figaro”.
Pero esta alta distinción internacional, y otros encumbrados triunfos universales, no mellaron ni envanecieron su profunda raíz chilena. Con frecuencia repetía, sobre todo cada vez que retornaba a tierras nuestras: “Quiero nutrirme de Chile. Siento en mi alma viajera que pertenezco al sur. Soy chillaneja”. Por eso, escanció hasta la última gota la inmensa satisfacción que en 1970 le provocó el Premio Nacional de Arte, que le fue otorgado, por unanimidad, por los miembros del riguroso jurado.
Fue en esa misma época cuando comenzó en Francia su más fecunda producción artística, esculpida en sus cantos a la vida y a la poesía y en sus gritos de libertad. Sus obras parisinas se extendieron a Bélgica y Estados Unidos, donde hoy se muestran junto a creaciones maravillosas de Rodin, Brancusi , Chillida y Giacometti .
Fue invitada a las ceremonias de coronación de la actual Reina Isabel de Inglaterra.
En una Olimpiada del Arte, en Corea, le dejaron en Seúl una valiosa pieza en madera policromada, que ella había bautizado “Mensaje de Occidente al Oriente”. En Japón, durante una estada de dos meses sin sueldo, esculpió un mapamundi, con una pepita de oro en la capital de cada país, todo sobre un mural de cobre macizo y en una longitud de siete metros, pero el emperador Hirohito encontró ese trabajo tan fabuloso que ordenó requisarlo, para crear un Museo de la Naturaleza, que fue instalado a perpetuidad en la ciudad de Osaka.
Lamentablemente, su desbordante espíritu creativo fue minado por los rigores físicos, y en 1992 su corazón salió impactado, mientras terminaba una escultura para el Grand Palace de París. Debido a la hemiplejia parcial que sufrió, sus últimas obras fueron para el edificio de la Unesco, en Ginebra, y para este Congreso Nacional. Esta última describió ella misma “para demostrar cómo el espíritu, a pesar de la adversidad, debe dominar a lo físico y a lo material”.
Al inicio de la primavera de 1993, Marta Colvin viajó por última vez a su tierra natal, Chillán , para concretar un antiguo y querido anhelo suyo: perpetuar, en terracota, el dolor trágico que siempre le inspiró el terremoto de 1939. Su escultura, “Ciudad Herida”, descansa hoy en la casa central de la Universidad de Biobío, Chillán .
Recientemente, la municipalidad local le rindió un homenaje de reconocimiento, recordando que ya en 1965 había sido declarada “hija ilustre”, lo que ella agradeció diciendo en ese entonces que ese honroso saludo “lo pondré entre los tesoros que tengo, para demostrarle al mundo el cariño de mi tierra”. La Universidad, a su vez, la distinguió con la Medalla Docente.
Empero, Marta Colvin Andrade brilló no sólo como artista, sino también en el campo social, como mujer, como esposa, como madre. De su matrimonio con el agricultor y filántropo chillanejo, Fernando May Didier , nacieron tres hijos que han iluminado el cielo social de Chile y de Ñuble con sus inspiradas y fructíferas actividades.
Sergio, como ingeniero civil, ha destacado en su colegio profesional, y su técnica ha influido a través de Chile, como en el caso de la población “La Pincoya”, en Santiago. En su calidad de empresario de la construcción, ha llegado a darle ocupación a más de un millar de trabajadores especializados, particularmente en el área habitacional. Hoy, es vicepresidente del Consejo de Acción Social de la Cámara Chilena de la Construcción, entidad que, gracias a la actual fortaleza económica de Chile, ha expandido su influencia a otros países del continente.
Silvia May Colvin , a su vez, fue estudiante de arquitectura, pero hoy es una hacendosa dueña de casa, que vive en profundidad el recuerdo de su madre artista y que ha prodigado con esfuerzo sus cuidados maternos a seis hijos y una treintena de nietos.
Finalmente, quiero destacar la inmensa y sobresaliente labor que ha entregado a las comunidades de Ñuble y de la Octava Región, en particular en los campos social y profesional, el ingeniero agrónomo Fernando May Colvin . Ex regidor y alcalde de la comuna de Coihueco, vecina a Chillán, agricultor progresista, que ha introducido avanzada tecnología en sus cultivos y empresas de exportaciones no tradicionales; Secretario Regional Ministerial de Agricultura, de fructífera y reconocida acción entre agricultores y campesinos, y en los últimos años, director y presidente, en dos períodos, del Consejo de la Universidad de Biobío.
Señor Presidente, quiero cerrar mi modesta intervención de reconocimiento y homenaje, de merecido recuerdo de esta Cámara legislativa a tan brillante figura de las artes de Chile y de mi tierra ñublensina, citando uno de los pensamientos frecuentes de la escultora Marta Colvin : “No he sido yo quien se ha impuesto en París y en otras latitudes del mundo. Ha sido Chile. Y esto me da mucha felicidad. Cuando veo un pedazo de piedra en una calle o un camino, me pregunto ¿qué tendrá dentro? ¿Qué me quiere decir? ¿Qué puedo hacer con ella?”
Porque la escultura no se hace con los músculos, sino con el espíritu, con el cerebro y el corazón.
Ricardo Bindis , recordando “Medio siglo de pasión artística de Marta Colvin”, citaba la frase con que el maestro Ossip Zadkin la recibió en 1948 en la Academia Grande Chaumière, de París: “Es la América que llega a nosotros a darnos la belleza y la verdad.”
He dicho.
Aplausos.