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Antecedentes
  • Cámara de Diputados
  • Sesión Ordinaria N° 27
  • Celebrada el
  • Legislatura Extraordinaria periodo 1966 -1967
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Intervención Petición de oficio
HOMENAJE A LA MEMORIA DEL DOCTOR LUCAS SIERRA, EN EL CENTENARIO DE SU NATALICIO. NOTAS A DIVERSAS INSTITUCIONES. OFICIOS.

Autores

El señor GARAY (de pie).-

Señor Presidente, conmemoramos hoy uno de esos acontecimientos de la vida nacional que nos llena de emoción y de recuerdo, el nacimiento de uno de esos hijos preclaros que llegan al mundo y a su patria para repletarlos de sabiduría, generosidad y altruismo; de uno de aquellos que dejan huella y cavan muy hondo en la sociedad.

El 9 de diciembre de 1866 nacía en Maquegua, en La Florida, provincia de Concepción, el hijo de una modesta familia, cuyos recursos para la mantención del hogar estaban limitados a ingresos que daban sólo para vivir con estrechez. Ese día nació allí el que más tarde sería declarado Maestro de la Cirugía Chilena, después de ocupar los más altos cargos docentes y administrativos que el pueblo puede otorgar. Ese día nació Lucas Sierra Mendoza.

Su tía, doña Felisa Sierra, lo tomó bajo su tutela para enseñarle las primeras letras y cuando llega el momento, ingresa al Seminario de Concepción donde cursa sus primeras humanidades hasta 1882, año en que pasa a terminarlas al Colegio Andrés Bello, regentado en esa época por el Presbítero don Miguel García, y que funcionaba en la misma ciudad. Durante sus estudios secundarios ya el joven Sierra demostró su preclara inteligencia, de la que en su vida iba a dar testimonio.

En 1883, a los 17 años de edad, ingresa a la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile y mientras hace sus estudios, en 1885 se desempeña como inspector del Instituto Nacional y profesor de geografía y gramática. Durante los años 1886 y 1887 hace su curso de Clínica Quirúrgica, con su célebre maestro y gran cirujano, el profesor don Manuel Barros Borgoño, que dejó honda huella en su espíritu decididamente docente. Allí se inició un contacto que no terminaría sino con la muerte del profesor Barros. En efecto, el 10 de enero de 1888, el profesor Barros lo designa como uno de sus ayudantes, cuando Sierra estaba por obtener su título profesional, lo que ocurrió en abril de ese año. Su tesis para doctorarse versó sobre "La Laparotomía exploradora", que, con sin igual maestría y conceptos muy precisos, divulgaría con entusiasmo entre sus alumnos. Ya en esa memoria, Sierra se manifiesta como un versado cirujano, con conceptos clarísimos de la clínica abdominal que, como él repetía una y otra vez, "es una verdadera caja de sorpresas."

En posesión de su título, Sierra se entrega con ilimitada generosidad a su ejercicio siendo designado médico del Dispensario San Luis, de la Junta de Beneficencia de Santiago. Allí toma contacto con el gravísimo problema de las enfermedades sociales, cuyo rubro principal, la sífilis y la gonorrea, se presentaba en cantidades fabulosas con las consecuencias más desgraciadas. Sierra se interesó en tal forma por este problema que la Facultad de Medicina lo designa el 5 de julio de 1890 Profesor Extraordinario de Enfermedades Venéreas.

Sierra fue siempre un hombre dedicado a sus labores universitarias y, salvo excepciones, nunca actuó en la vida política. Sin embargo, al estallar la Revolución de 1891, dando rienda suelta a su juventud fogosa, se enrola en el ejército revolucionario y actúa junto a otros grandes cirujanos, entre los que hay que recordar a Mac Lean, Philippi, Roberto Montt Saavedra y Eduardo Moore.

Por decreto supremo del 10 de diciembre de ese año, se comisiona a Sierra para estudiar cirugía general en París, Londres y Berlín. ¡Cuántas veces le oímos referir esas experiencias, que luego aplicaría en su patria!

Los más grandes maestros de la cirugía del siglo XIX fueron sus profesores. Para los que conocemos los antecedentes basta sólo citarlos: el profesor Orth; el ilustre Virchow; Ertwing, Wekleyer; el gran Lister; Treves; Bucker; el grandioso Louis Pasteur; y los no menos famosos Lucas Championnere y Reclues, dos de los más grandes maestros mundiales de la cirugía, cuyas obras en nuestro propio tiempo, servían de base para el estudio de la Clínica. Permanece en Europa cinco años y a su regreso en 1896 el profesor Barros Borgoño lo nombra su Jefe de Clínica, ejerciendo la dirección de la Sala San Emeterio en ese refugio que fue el Hospital San Borja. Al año siguiente, sucede al recordado e ilustre profesor don Raimundo Charlin en la Sala Rosario del Hospital San Borja, donde practicó sus primeras operaciones de alta cirugía. Quiero recordar uno de los hechos más significativos de la cirugía chilena ocurrida en esa Sala el 13 de octubre de 1899. Sierra operó por primera vez en Chile la extirpación de la vesícula biliar, que la completó con una exploración del colédoco. Muchas veces le oí referir esa operación, salpicada con su picardía y gracia. Nos decía: "Jóvenes, se trataba de una señora muy conocida en el barrio Matadero que pesaba más de cien kilogramos; era de un inmenso abdomen y cuando la recibimos, seguida por un numeroso grupo de sus "conocidos" con cara de pocos amigos, nos inquietó. Estaba febril y con ictericia. La examiné y decidí de inmediato correr el riesgo: operar de urgencia. Sabía que tal vez yo mismo corría peligro, los amigos de la enferma no eran de fiar". Y nos agregaba con profunda picardía: "La enferma se mejoró y con ello se salvó el porvenir de la cirugía biliar en Chile".

Ese mismo año, tal vez por la fama que le dio ese trascendental acto quirúrgico, el Gobierno lo envía nuevamente a Europa y, según el profesor Alfonso Constant, más tarde su Jefe de Clínica, tuvo la honra de ser alumno de otro grupo de los más grandes cirujanos, de ese siglo: los nombres ilustres de Terrie Pean, Dieulafoy, Bouilly, con quien mantuvo una estrecha amistad, Brouardel, Fournier, etcétera, todos ellos que pasaron a la historia mundial de la Medicina y que, en realidad, dieron a nuestra ciencia todo el profundo significado científico que ella encierra. La sola enunciación de estos nombres y los de aquellos con quienes Sierra tomó contacto en su primer viaje y Europa, resumen en forma notable el avance de la ciencia médica, y especialmente de la cirugía, en el último cuarto del siglo XIX. Sierra aprovechó este viaje para asistir a numerosos congreso médicos como el Primer Congreso Internacional de Medicina de París en 1900.

Mientras estaba en Europa, lo sorprende la noticia de la muerte de su maestro y amigo, el profesor Barros Borgoño, y al mismo tiempo se le comunica que la Facultad lo ha designado su sucesor el 24 de abril de 1903. Sierra tenía 37 años. Regresa en junio de 1905 y comienza entonces la gran etapa de su vida que sólo terminaría con su muerte el 9 de abril de 1937. Nombraré los hechos más importantes ya que su sola enunciación conforman su personalidad exuberante y rica en gamas docentes, universitarias, humanas y sociales:

En 1906 publica en la Revista Médica su famoso trabajo sobre "Mil operaciones efectuadas en San Borja". En 1908 emprende su tercer viaje a Europa, pasó por Centro y Norteamérica, y asistió como Delegado Oficial de Chile a los Congresos de Medicina de Guatemala y al de Tuberculosis de Washington. Regresa en julio de 1909 resumiendo sus labores docentes y haciéndose cargo con los distinguidos médicos doctores Exequiel González Cortés y Luis Vargas Salcedo, de la Clínica Privada del doctor Otto Aichel.

Hasta 1912 ejerce su cátedra en San Borja con sin igual maestría, debiendo asistir ese año al VII Congreso Internacional de Tuberculosis. En 1914 nuevamente va a Estados Unidos y visita la Clínica de los hermanos Mayo, la más grande y famosa, la que hasta hoy día sigue repartiendo ciencia e investigación. Sigue a Europa y se instala en Barcelona desde donde envía su renuncia a la Cátedra en 1914. Sierra se dedica por completo al estudio, revalida allí su título de médico cirujano, nombrándosele miembro correspondiente de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Barcelona. Poco después, y premunido de alta fama, es invitado a Madrid, donde es recibido con altos honores en la Academia Médico-Quirúrgica. Regresa a la patria en 1915 e inicia, en el Hospital San Borja, un ciclo de conferencias dominicales que le dieron aún más fama. En 1916, junto con renunciar a su servicio en el Hospital San Borja, al ser designado médico jefe de la Sección de Cirugía de Mujeres del Hospital de El Salvador, es designado Presidente de la Sociedad Médica de Santiago, cargo que ejerce hasta 1918. En el mismo año 1916, sin embargo, la cátedra lo persigue, y es así como nuevamente es designado profesor de Cirugía en reemplazo del ilustre profesor Carvallo, que se acogió a jubilación. Allí nuevamente da pruebas de su sabiduría, y son cientos los alumnos que admiran sus sólidos principios y su natural tendencia a enseñar. En 1921 parte otra vez a Europa, a investigar los nuevos conceptos de las grandes clínicas y a representar a Chile en el Primer Centenario de la Academia de Medicina de París.

De regreso, en 1922, funda la Sociedad de Cirugía de Chile y es su primer Presidente por dos años. Ese mismo año 1923 es designado Director de los Dispensarios de Tuberculosis y Sífilis de la Junta de Beneficencia de Santiago, puesto al cual renuncia en 1925, para asumir el alto cargo de Director General de Sanidad y, en tal calidad, asiste al año siguiente a la Conferencia de Directores de Sanidad de América y al Congreso de Tuberculosis de Boston, celebrados en Estados Unidos.

En 1928 es fundador y primer Presidente de la Asociación Chilena de Asistencia Social. Deja su cargo de Director General ante los acontecimientos políticos que sacuden a Chile en esos años. Se dedica entonces por completo a la enseñanza y sólo en agosto de 1931 acepta el cargo de Administrador del Hospital de El Salvador; pero, urgido por su cátedra en el Hospital San Vicente, renuncia dos meses después. Se dedica a su cátedra por entero, y en ella lo encuentra la muerte, el 9 de abril de 1937, en medio de la consternación de quienes fuimos sus rendidos admiradores.

Honorable Cámara, he hecho un resumen de una de las vidas más extraordinarias de nuestro país. Ruego a mis Honorables colegas perdonar esta historia sucinta, pues perdura en mi recuerdo el contacto de varios años con el profesor Sierra. Junto a una pléyade de compañeros de curso, que ingresamos en 1929 al primer año de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile, conocimos al profesor Sierra con cierta intimidad y admiración. Sus ayudantes de cátedra fueron y son nuestros amigos, y algunos de ellos han desaparecido. Recuerdo al doctor Alfredo Constant, que, como Jefe de Clínica de Sierra y profesor extraordinario de Cirugía, hacía las delicias de sus alumnos con su espíritu francés típico. ¡Cuántas veces fuimos testigos, en la cátedra, del cambio de opiniones, entre el profesor Sierra y el profesor Constant Recuerdo a Ricargo Zúñiga Latorre, Guillermo Chateau, Raúl Covarrubias, Gustavo Latorre, Edmundo Bruna, Estanislao Falabella, Juan Gandulf o, Jorge Guardia, Kurt Bernhardt, Eitel Keim, Juan Estorquiza, Gerardo Cornejo, Enrique Acevedo, Florencio Fuenzalida, a las doctoras Victoria Vélez y Eleanira González y a doña Luisa Cruz, la arsenalera oficial de la Clínica. Asimismo, al gran anestesista doctor Ernesto Frías.

Cuando, tímidamente, alumnos de primer año de Medicina de 1929 incursionábamos por las viejas galerías del Hospital Clínico de San Vicente, para mirar ansiosos las salas de enfermos, recuerdo que uno de los nuestros -éramos tres compañeros- insinuó entrar al anfiteatro de Sierra. Allí, ese día de junio de 1929, yo supe lo que era un maestro y todos supimos lo que era el llamado Silabario Sierra, compuesto de frases cortas y precisas que daban y dan una pauta y un camino terapéutico o un concepto clínico. Recuerdo a Sierra con su clásica pechera blanca, su alto porte distinguido, su amplia calva, su cuidada barba blanca, sus ojos claros muy profundos, su bondad reflejada a simple vista, su tendencia a enseñar, a enseñar, a enseñar, su nervioso paso y su clásica sonrisa que nunca lo abandonaba. Allí estaba explicando lo que uno de sus ayudantes hacía, ante el abdomen abierto de un hombre anónimo, con sus visceras a la vista en medio de paños blancos y esterilizados. Se trataba -lo recuerdo perfectamente, porque la escena es imborrable- de una operación biliar. Nos sentamos en medio de sus alumnos, silenciosamente. La voz ronca del maestro seguía explicando. Sin darme cuenta, Sierra se volvió, me miró y me hizo la pregunta : "Dígame señor, ¿por dónde come el hombre?" Me confundí, no atiné a decir nada en el primer momento. Era muy grande la emoción de estar frente a ese hombre extraordinario. Pensé decirle que lo hacía por la boca; pero me pareció tonto. Trataba de coordinar una respuesta, cuando insistió en la pregunta, más suavemente ahora, "Dígame, ¿por dónde come el hombre? Y dije lo que después me di cuenta que era una tontería: "Por el estómago, profesor". La respuesta fue inmediata y la lección inolvidable: "¡Oh, qué disparate! No olvide nunca la frase de William Mayo: el hombre come por el intestino grueso y bebe por el intestino delgado." Así era Sierra para enseñar y fijar los conocimientos.

Miles de anécdotas se refieren a él y fuimos protagonistas de los hechos que inspiraron muchas de ellas. Quiero contarles uno sola muy íntima, pero que creo me produjo la satisfacción más grande en mi vida profesional.

El 9 de diciembre de 1936, que era el día de su cumpleaños -aunque en esa época no lo sabíamos- dimos nuestro examen de grado en la Facultad, con el doctor Emilio Villarroel, mi compañero y amigo, hoy Presidente del Consejo General del Colegio Médico de Chile, y el doctor Silvio Silva. Nos fue bien y, en consecuencia, entramos en posesión de nuestro ansiado título. Al día siguiente, nos pusimos de acuerdo con Villarroel para saludar al colega Sierra. Lo hicimos, y nos presentamos ante él a las ocho de la mañana. Don Lucas estaba en su escritorio y la pregunta salió de inmediato: "¿Qué desean?". Y se lo dijimos: "Somos sus colegas desde ayer". Se levantó presto -era muy ágil- y nos dio un fuerte apretón de manos. "Esto hay que celebrarlo -dijo- y ustedes almorzarán hoy conmigo, en mi casa". Casi nos caímos de emoción. Efectivamente, ese día almorzamos los tres en su casa. ¡Cuántos consejos, cuánta enseñanza viva, cómo nos sirvió ese mediodía de diciembre de 1986! ¡Treinta años nos separan de ese momento!

¡Quién iba a pensar que, cuatro meses exactos después, desaparecería este verdadero monumento humano y, cosas del destino, que moriría sin diagnóstico preciso él, que durante tantos años no hizo otra cosa que diagnosticar y salvar vidas!

Honorables señores Diputados, perdonen a este colega que ha hecho reminiscencías personales; pero sé que sabrán interpretar mi actitud, inspirada en la honda emoción que me embarga. Sierra fue mi maestro, como lo fue de miles y miles de colegas que a lo largo de Chile ejercieron y ejercen su noble función social.

Antes de terminar, quiero dejar estampados algunos hechos históricos y juicios sobre la obra del profesor Sierra.

Karl Langenbuch, del "Lazarus Kran-kenhaus", de Berlín, practicó la primera extirpación de vesícula biliar en el mundo, el 15 de julio de 1882; diecisiete años más tarde lo hacía Sierra en Chile. Asimismo, Sierra efectuó la primera extirpación de próstata ese mismo año. En 1900, el profesor Sierra operó, por primera vez en nuestro país, una hernia inguinal bilateral con anestesia local de cocaína. Asimismo, en 1899 usó, por primera vez en Chile, la anestesia local de solución débil de cocaína, para la extirpación de un bocio. Además, entre 1900 y 1901, fue el primero en introducir el método de la anestesia raquídea. También, alrededor de 1915 estudió, por primera vez en Chile, los divertículos intestinales y fue el primero en operarlos. Las primeras extirpaciones del bazo fueron ejecutadas por él, en 1906 y 1907. En 1927 relató el primer producido en Chile de una operación de hernia diafragmática operada con éxito. En sus trabajos, el doctor Sierra menciona ovariotomías practicadas en 1901 y 1902, y sobre 156 laparotomías, anota sólo un 10% de mortalidad. Ya en 1903 menciona series de 32 intervenciones sin mortalidad.

Entre los honores recibidos puedo agregar, fuera de los mencionados, la designación de miembro de la Legión de Honor de Francia en su grado de Caballero, en reconocimiento a la labor que desarrolló al lado del profesor J. L. Fauré en el Hospital de Guerra "Luis El Grande", después de la batalla del Marne, en la Primera Guerra Mundial. Fue miembro honorario del Colegio Americano de Cirujanos de Estados Unidos, que a esa fecha contaba sólo con 87 miembros honorarios entre miles de sus miembros.

Estos y otros muchos antecedentes hicieron que se emitieran juicios encomiásticos sobre este hombre extraordinario. Así, Ignacio González Ginouvés, actual Rector de la Universidad de Concepción, dijo: "El doctor Sierra fue uno de los mentores de la evolución y del progreso de la Medicina chilena en el primer tercio de este siglo; fue el promotor y la figura máxima de la cirugía chilena durante la misma época. . ."

"Si Barros Borgoño fue el iniciador de la cirugía moderna en Chile, Sierra fue, indudablemente, el más genuino y capaz realizador y divulgador de ella." "En cirugía, el solo nombre de Sierra es suficiente para llenar el capítulo más brillante y heroico de nuestra historia médica."

El profesor Reccius reafirmó este concepto cuando escribió: "Si Barros Borgoño debe considerarse como el verdadero fundador de una escuela de cirugía en el país, no cabe duda, tampoco, que después de él, el que mejor encarnó la cirugía chilena es su alumno, ayudante y sucesor de su obra: Lucas Sierra."

"Con Sierra nace la cirugía de las vías biliares entre nosotros."

Para nosotros, sus alumnos, internos y ayudantes, que tuvimos el honor de colaborar con él, lo consideramos el maestro más grande que jamás han tenido las Escuelas de Medicina en Chile. Es necesario haber bebido su ciencia, sus lecciones, sus enseñanzas y consejos, para aquilatar en su grandeza y sencillez el valor humano del Profesor Sierra. Las generaciones de jóvenes profesionales pueden encontrar en la lectura de sus escritos y de sus biógrafos, el espíritu y la posición exacta de quien sembró semilla fructífera e influyó como nadie en el desarrollo de la cirugía en Chile.

Hoy, en que conmemoramos el centenario de su natalicio, queremos dejar testimonio de la gratitud de un pueblo hacia el maestro que supo pasar por la vida derramando a torrentes su noble condición de científico, investigador, cirujano admirable, gran ciudadano, humanista insigne y, por sobre todo, un hombre.

Hoy, en que celebramos alborozados este natalicio, quisiera pedir la reparación de una gran injusticia. Sé que voy a herir la modestia de una dama que, para los que convivimos con el maestro Sierra, representa nuestra admiración. Durante decenas de años y mientras pasaban, curso tras curso, nuevos alumnos, esa dama acompañó a Sierra como su más fiel colaboradora. Luisa Cruz, la fabulosa arsenalera cuyas manos ayudaron a salvar cientos de vidas, posee una pensión absurda. Es necesario reparar esa situación increíble, poniéndola en conocimiento de Su Excelencia el Presidente de la República.

En homenaje a la memoria del profesor Sierra, quiero solicitar el envío de los siguientes oficios:

1°.- Al señor Ministro del Interior, a fin de que la Dirección de Correos y Telégrafos emita un sello postal con la efigie del profesor Sierra y en conmemoración al centenario de su natalicio;

2°.- A la Municipalidad de Concepción, para colocar su nombre a una calle de esa ciudad como homenaje de su provincia natal a su memoria.

3°.- Al señor Presidente de la República, para que se sirva designar una Comisión Especial que se preocupe de levantar un monumento, en Santiago, a este preclaro ciudadano;

4°.- Al señor Presidente de la República para solicitarle un aumento muy significativo de la pensión que percibe la señora Luisa Cruz, en homenaje al profesor Sierra; y

5°.- Enviar, en nombre de la Honorable Cámara, una nota de felicitación a la familia del profesor Sierra, en este aniversario, y dirigida al respetado médico, doctor Fermín Montero Rodríguez, y a su dignísima esposa, hermana del ilustre profesor Sierra.

Señor Presidente, se encuentra en las tribunas que rodean nuestro hemiciclo un grupo de los colaboradores del profesor Sierra, aquellos que lo acompañaron en la cátedra hasta su muerte. También está nuestra respetada amiga Luisa Cruz. Yo debiera estar allá arriba, entre ellos. Sin embargo, el destino me ha dado el privilegio inmerecido de poder ser el intérprete de ellos en el Parlamento Nacional. Lo hago en su nombre, con profunda emoción, para decir a ustedes que los grandes hombres permanecen intactos en el recuerdo de su pueblo y en el corazón de los que tuvieron el honor de colaborar en una obra gigantesca. ¡Qué inmenso se nos aparece Lucas Sierra, el maestro insigne!

Honorable Cámara, en nombre del Partido Demócrata Cristiano, de sus parlamentarios y, en especial, de sus seis médicos Diputados, rindo este sentido homenaje, en el centenario de su natalicio, al que fuera egregio ciudadano y eminente maestro de la Cirugía chilena, el profesor doctor Lucas Sierra.

He dicho.

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